Para llegar a ti debo salvar la frontera que eres. Tú
misma me separas. Te extiendes como agua desbordada por tu propio mapa y, en el
comienzo, eres tú tu propio límite, tu retentiva aduana. Que minúsculo y a la
vez enorme decir que es sólo un océano lo que nos separa. Pero es que está infestada
de tiburones la atlántica paradoja de la distancia.
Muevo un pie y estoy en ti a medias. Lo retraigo y
vuelvo a mí. A enteras. Eres un país tan inestable que tiemblas. Nunca puse en
él ambas suelas por serio temor a que se abriera en dos la tierra.
No hay nada más que un paso entre ficción y creencia.
Entre tú y yo, realidad: el divertido bosque de
plantas hambrientas.